miércoles, 11 de octubre de 2017

El legado de Che Guevara

El legado de Che Guevara

Jaime Jiménez 
Editado por  Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي

Hace cincuenta años, el 9 de octubre de 1967, fue asesinado, una vez hecho preso, el revolucionario argentino Ernesto Guevara de la Serna en Bolivia. La vida y obra de éste gran hombre, convertido en el ícono más significativo del siglo XX, da para escribir enciclopedias, pero en este ensayo nos referiremos de manera muy genérica a su aporte a la práctica revolucionaria a nivel mundial. Porque su ejemplo y sus escritos encarnan el punto de contradicción en ese universo de comunistas y marxistas que han pretendido, o siguen pretendiendo, la conquista del poder para el pueblo y la construcción de una sociedad socialista.
Olivio Martínez, cartel para el Día del Guerrillero Heroico, 8 de octubre de 1978
Para entender lo novedoso del aporte guevarista es necesario remontarse a lo ocurrido después del triunfo de la Revolución rusa. La URSS, luego de octubre de 1917, se vio asediada por diversos flancos y le tocó enfrentar militarmente a varios países extranjeros y librar una guerra civil contra los “blancos”. Al interior del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se libró un intenso debate en torno a cuál sería la estrategia internacional a seguir por la Revolución. León Trotsky sostuvo que era necesario extender la revolución al resto de Europa, lo comúnmente denominado “revolución permanente”; en cambio Stalin planteó que no había condiciones para ello y que lo prioritario era “construir el socialismo en un solo país”.
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“Traicionados por el SPD (partido socialdemócrata): ¡Voten comunista!”: cartel electoral del PC alemán, mayo de 1928
A Trotsky no le faltaba razón. Luego de la Primera Guerra Mundial  sucedieron varios levantamientos insurreccionales en Europa, sobresaliendo el alemán en noviembre de 1918 y en cuya lucha fueron asesinados Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, entre muchos, a manos de la socialdemocracia alemana. Como reacción a esa ola revolucionaria se impuso el fascismo en varios países de Europa durante las décadas de 1920 y 1930. La respuesta de la III Internacional comunista dirigida por Stalin no fue la lucha frontal contra esta variante del capitalismo, si no la alianza con las burguesías “democráticas” formando “Frentes populares” en los respectivos países donde tenían presencia los partidos comunistas de la época.
Las “democracias liberales” le dieron la espalda a la República española en la guerra civil, mientras los fascistas italianos y los nazis fueron absolutamente “generosos” con el subversivo Franco: armas, municiones, aviación, barcos, submarinos y decenas de miles de alemanes e italianos aplastaron a los republicanos. Hecho el experimento en España los fascistas decidieron emprender la Segunda Guerra Mundial, tomándose a Europa empezando por Polonia, siguiendo con los países occidentales y teniendo a la URSS como la joya que les proporcionaría riquezas y miles de futuros trabajadores. Los soviéticos entraron a la confrontación en 1941 y fueron ellos los que dieron la estocada mortal a los nazis, colocando 20 millones de muertos, de 55 que produjo la Guerra, sin contar los ingentes costos económicos que implican una confrontación de este tipo. Los usamericanos llegaron en junio de 1944 a pescar en río revuelto y a evitar que los soviéticos se tomaran toda Europa.
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Stalin en la portada de la revista satírica soviética Krokodil, diciembre de 1989
Definida la Guerra Fría y posterior a la muerte de Stalin, se celebró en febrero de 1956 el XX Congreso del PCUS. Su principal tesis, además de la crítica al culto de la personalidad hacia Stalin fallecido en 1954, fue la de la “Transición pacífica al socialismo”. Ésta estrategia política sostenía que el desarrollo del socialismo y de las organizaciones obreras en el mundo no exigiría necesariamente el derrumbamiento violento del capitalismo en los países donde éste dominaba, es decir, la acción parlamentaria y de masas serían suficientes para sepultar tal sistema político y económico.
Para llegar a ésta conclusión ya existía un antecedente teórico importante. José Stalin, en su texto “Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico”1, escrito en 1938, sostenía que las contradicciones propias del capitalismo lo llevarían a un punto en que las relaciones de producción (propiedad o no de los medios de producción) capitalistas frenarían  el  desarrollo de  las fuerzas  productivas  (capacidad  de  transformación  de la naturaleza), por lo que otras relaciones de producción habrían de abrirse paso, de forma violenta eso sí, para liberar las fuerzas productivas estancadas. Veamos en detalle:
“ … la historia del desarrollo de la sociedad es, ante todo, la historia del desarrollo de la producción, la historia de los modos de producción que se suceden unos a otros a lo largo de los siglos, la historia del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción entre los hombres (Stalin, p. 17).”
El ejemplo de esa no concordancia lo constituían, según Stalin (p. 19), las crisis económicas del capitalismo: “. . . la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción está en violenta discordancia con el carácter social de los medios de producción, con el carácter de las fuerzas productivas”. El ejemplo de armonía ideal lo era la URSS pues la propiedad colectiva de los medios de producción iba en el mismo sentido del desarrollo de las fuerzas productivas, por lo que no habían crisis económicas y por lo tanto no “se producen casos de destrucción de las fuerzas productivas”. Tal destrucción, la entendía Stalin, como el sacar de circulación, por diferentes vías, las mercancías en momentos de sobre oferta (p. 22).
Pero la contradicción entre relaciones de producción y fuerzas productivas, que permitiera que una nueva clase sacara a la vieja, no ocurriría en cualquier momento:
“Hasta llegar a cierto período, el desarrollo de las fuerzas productivas y los cambios que se operan en el campo de las relaciones de producción discurren de un modo espontáneo, independientemente de la voluntad de los hombres. Pero sólo . . . hasta el momento en que las fuerzas productivas que surgen y se desarrollan logran madurar cumplidamente. Una vez las nuevas fuerzas productivas están en sazón, las relaciones de producción existentes y sus representantes, las clases dominantes, se convierten en ese obstáculo “insuperable” que solo puede eliminarse por medio de la actuación consciente de las nuevas clases sociales, por medio de la acción violenta de estas clases, por medio de la revolución" (Stalin, p. 26).
Es decir, había que esperar a que las fuerzas productivas maduraran para dar el salto revolucionario. Con éste presupuesto teórico no fue difícil construir la estrategia de “Transición pacífica a socialismo” en 1956. A nivel local eso se traducía en que hay que esperar que las condiciones objetivas (explotación y opresión) y subjetivas (conciencia y organización del pueblo) estuvieran maduras y equilibradas para pensar en algún proyecto armado o insurreccional: éste era el discurso de la izquierda legal, parlamentaria, cuyos miembros se pasaban a la derecha sin siquiera sonrojarse. Quien planteara la acción armada contra la oligarquía en su terreno, es decir, las ciudades, era tildado inmediatamente de militarista, extremo izquierdista, aventurero, romántico e irresponsable, en no pocas ocasiones de manera pública.
Tal era el ambiente que se vivía cuando triunfó la revolución cubana. La correlación de fuerzas determinó que una vanguardia revolucionaria se tomara el poder el 1 de enero de 1959 y un par de años después declarara al país como república socialista.
El Che  Guevara imprimió un nuevo sello a la gestión pública. Sus novedosos aportes respecto al “hombre nuevo”, al papel de la moral y de la ética revolucionaria, y fundamentalmente con su internacionalismo en África y sobre todo con su compromiso con las revoluciones en América Latina, demostró, con hechos y teoría, que el motor de la historia es la lucha de clases (como se dice en el Manifiesto Comunista) y no la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, que para colmo había que esperar a que estuvieran en su “sazón”, según Stalin.
Pero el compromiso guevarista iba hasta las últimas consecuencias. Con la teoría del foco guerrillero, que consistía en que un grupo de hombres desarrollando la lucha armada podía contribuir a que las condiciones subjetivas (de conciencia y organización) de las masas pudieran madurarse hasta tener la fuerza para derribar al capitalismo, Guevara inspiró a docenas de proyectos guerrilleros en el mundo y particularmente en América Latina, donde la explotación  y la  miseria del capital tenían oprimidos a millones de seres humanos (condiciones objetivas).
El capitalismo lo ha tenido claro. La reproducción del capital con los márgenes de ganancia más altos posibles es su estrategia, para lograrlo invadió y masacró pueblos (Nicaragua, Guatemala, Santo Domingo, Vietnam, Irak, Afganistán, etc.), apoyó los más abyectos tiranos (Anastasio Somoza, Duvalier, etc.), promovió fraudes, acabó con las conquistas laborales de siglos, privatizó todo y de premio llegó primero a la revolución tecnológica (informática, cibernética y robótica), o sea, dio un paso de gigante en el desarrollo de las fuerzas productivas. Oprimir a los pueblos fue la vía para ganar mucho dinero y vencer al campo socialista. El tipo de modelo a seguir en lo individual es el que se hace rico, no importa cómo.
Tatu Muganga fue el apodo que le dieron al Che los campesinos de la región de Congo donde intentó sin éxito crear un foco guerrillero en 1965. “Durante estas horas últimas en el Congo me sentí solo como nunca lo había estado, ni en Cuba, ni en ninguna otra parte de mi peregrinar por el mundo. Podría decir: nunca como hoy había sentido hasta qué punto, qué solitario era mi camino.”
Guevara entendió que la forma de reproducir el socialismo, de acabar con el capitalismo, era la de promover revoluciones en todo el mundo, era la de ejercer la solidaridad asumiendo los costos y riesgos de los pueblos oprimidos en lucha contra el capital, era la de plantarle cara a los métodos violentos y terroríficos de las oligarquías y sus Estados por medio de las armas, sin olvidar a las masas. Otra enorme enseñanza del Che tiene que ver con la subjetividad del revolucionario al considerar que la revolución era ante todo un acto de amor hacia los demás, de solidaridad y afecto material hacia el pueblo y más aún con los compañeros de lucha. El tipo de modelo a seguir en lo individual era el militante que hacía de la revolución su proyecto de vida y que estaba dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias.
Esta forma de ver la revolución por parte del Che chocaba con la visión soviética y por supuesto con la de sus adláteres en América Latina. Efectivamente los Partidos Comunistas del mundo eran fieles seguidores de las directrices de Moscú y ello tuvo efectos nefastos, a corto plazo en Bolivia (y al proyecto guevarista), y a largo plazo en Colombia, por mencionar tan sólo dos ejemplos.
En Bolivia el Partido Comunista Boliviano (PCB) tuvo responsabilidad directa en la inadecuada elección de la zona donde el Che empezó a construir la guerrilla. Desde un principio  se eligió el Alto Beni, región rica en agricultura,  altamente poblada, con un campesinado combativo y con escasa presencia estatal, tanto así que se compró una finca en dicha región, pero por estar cercana a un cuartel se desechó y se optó por adquirir una más adentro. Enterado Mario Monje, máximo dirigente del PCB, orientó una zona diametralmente opuesta, inhóspita, sin población, pero con una “ventaja”, estaba “cerca” a Argentina, el gran amor de Guevara…y se cambió de territorio: ya conocemos los resultados. El libro “La guerrilla del Che” escrito por una de las mayores autoridades en el mundo sobre el tema, el francés Régis Debray, quien estuvo al lado del Che y fue apresado por ello durante tres años, nos describe en detalle lo aquí dicho2.
En Colombia el Partido Comunista Colombiano (PCC) siempre fue refractario a desarrollar la lucha guerrillera en las ciudades. De hecho surgió en 1930 luego de un agrio debate al interior del Partido Socialista Revolucionario. La contradicción se dio con quienes intentaron desencadenar un levantamiento insurreccional a mediados de 1929, luego de haber sufrido la Masacre de las bananeras en diciembre de 1928, una huelga que fue reprimida a bala y que dejó más de mil muertos, según reporte del consulado usamericano en Santa Marta3. Raúl Eduardo Mahecha, Tomás Uribe Márquez y María Cano, auténticos dirigentes obreros que habían organizado cantidad de movimientos durante la década de 1920, fueron señalados de putschistas [golpistas], aventureros y extremo izquierdistas y en la práctica expulsados4.
Pero también es cierto que el PCC acompañó un trabajo campesino en algunas zonas del sur y el centro del país desde los años de 1930 y posteriormente, cuando en la época de la Violencia partidista (1948-1954), orientó la construcción de Autodefensas campesinas para neutralizar la arremetida estatal y para estatal que aniquilaba físicamente a los campesinos. Dichas Autodefensas posteriormente serían las FARC. Pero también es cierto que desechó de manera tajante la idea de implementar la guerra revolucionaria a nivel urbano.
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Esto produjo que a mediados de la década de 1960 fueran expulsados del PCC los líderes de la Juventud Comunista (Pedro León Arboleda, Pedro Vásquez Rendón, entre otros), quienes sí defendían la lucha armada en todos los escenarios. Éstos jóvenes fundaron el Partido Comunista Marxista-Leninista en 1965 y casi al mismo tiempo el Ejército Popular de Liberación en 1967, organización que mayoritaria y burocráticamente entregó las armas a comienzos de 1990, pero que aún conserva focos de resistencia armada en algunas zonas del país.
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El hecho es que Colombia se hizo urbana, la lucha de clases se vivía de manera intensa y crucial en las ciudades, desde allí se organizó la estrategia estatal y paramilitar que sin ningún pudor ejerció el Terrorismo de Estado que derrotó a la insurgencia, al pueblo y a sus organizaciones en los últimos 30 años. El PCC no cambió de opinión, aunque hay que reconocer “a su favor”, que si bien tuvo épocas en que el Partido estuvo en la ilegalidad, sus células urbanas no fueron golpeadas ni sus dirigentes asesinados, por lo menos hasta mediados de la década de 1980. Hay quienes sostienen que su postura de mantener la confrontación armada fuera de las ciudades les posibilitó ser un “partido legal con un brazo armado”, en la medida que los dirigentes más comprometidos y fogosos eran enviados a las FARC, pues el Partido nunca reconoció oficialmente su relación con éste grupo armado. Incluso durante el genocidio de la Unión Patriótica (1985-2005), período en el que centenares de cuadros del Partido fueron asesinados, el PCC no cambió su postura, siendo ésta la matriz que posiblemente dio origen al Partido Comunista de Colombia Clandestino (PCCC) a finales de la década de los noventa, este sí en relación directa con las FARC.
Hoy Colombia vive una verdadera paradoja. Una inmensa parte de la población, entre los que me cuento, anhela la paz, quiere acabar un ciclo de violencia que lleva más de 70 años, pero desafortunadamente el Estado es incapaz de frenar la ola de asesinatos de líderes populares llevando a prisión a los autores materiales e intelectuales (de enero a agosto de 2017 iban 101 según Indepaz). Para colmo, el pasado jueves 5 de octubre fueron asesinados entre ocho y quince campesinos (hay múltiples versiones) y heridos más de 50, por el hecho de formar una cadena humana que intentaba impedir la erradicación de plantas de coca sin un plan de sustitución alternativo, pues sin la hoja de coca estos labriegos quedan condenados a la miseria; la comunidad entera acusa a la Policía, pero ella dice que fue un grupo armado disidente de las FARC. Colombia no sale de su asombro y está indignada.
La conciencia de los familiares y amigos de todos estos líderes sociales y campesinos asesinados probablemente sea terreno fértil para que el Considerando tercero de la Declaración de derechos humanos de 1948 (supremo recurso de la rebelión) y el legado del Che florezca en su interior…
El Roto, España
 Notas
1 Stalin, José. Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. Reeditado por la UJCE y tomado de la Edición de Lenguas Extranjeras de Pekín 1977. Visitado el  07/10/2017
2 Debray, Régis. La guerrilla del Che. México: Siglo XXI, 5ª edición, 1983.
3 Vega, Renán. La dimensión internacional del conflicto social y armado en Colombia. Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia. Bogotá: Desde abajo, 1ª reimpresión, 2015, pg. 738
4 Medina, Medófilo. Historia del Partido Comunista de Colombia. Bogotá: Centro de Investigaciones Sociales-CEIS- Ed. Colombia Nueva, pgs. 112-112. Ver también Uribe, María Tila. Los años escondidos- Sueños y rebeldías de la década del veinte. Bogotá: 4a edición, 2015. pgs. 353-355

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