miércoles, 20 de septiembre de 2017

“El referéndum debe plantearse en términos de clase”

Entrevista a Carlos Prieto, editor de la edición española de la revista ‘New Left Review’ y activista social
“El referéndum debe plantearse en términos de clase”
R. La Torre.  La Marea

Militante de los movimientos sociales europeos y editor de la edición española de la revista New Left Review, entre muchas otras cosas, Carlos Prieto del Campo aborda sin complejos la cuestión del referéndum catalán. “Celebrar una consulta de este tipo es de un calado mucho más amplio que una simple discusión política entre élites enfrentadas entre sí por controlar sus respectivos aparatos estatales”, argumenta.
¿Apoya el referéndum planteado en Cataluña para el próximo 1-O?
Si hubiera un referéndum debería ser totalmente distinto al planteado para el 1-0, que en mi opinión no resiste un análisis jurídico ni político ni de mínimas garantías técnicas para que se celebre con coherencia. Si no hay consenso mínimo para celebrar algo tan importante como un referéndum, la consulta del 1-0 caerá por su propio peso como un castillo de naipes. Si eso ocurre, el Govern convoca elecciones y revalida una mayoría a favor de reconsiderar la situación de Cataluña en el Estado español, la única salida coherente sería celebrar un referéndum pactado con todas las garantías. Y en ese caso creo que la opción más razonable sería que esa consulta fuera vinculante para ambas partes, cuyo resultado, fuera cual fuera, cerrara el debate durante un tiempo razonable para dar estabilidad social, política, económica y hasta cultural al conjunto del Estado.
Entiendo, entonces, que sí es partidario de un referéndum pactado y consensuado entre los distintos actores políticos. ¿Es así?
Sí, como indicaba. Sería de desear que esa hipotética consulta se planteara no solo en términos de soberanía girando únicamente en torno a la secesión o no de Cataluña, sino que se abordara como un debate político del modelo de organización estatal en un horizonte de poder constituyente a gran escala en el conjunto del Estado. Si en el hipotético referéndum no se dejara margen para jugar con la plasticidad de la organización de la forma del Estado español, se quedarían muchas cosas en el tintero y produciría un escenario de difícil gestión pobre en cuanto a la potencia del mismo para desbaratar los planes de las élites dominantes españolas y catalanas.
El Gobierno argumenta que, hoy por hoy, un referéndum de esas características es imposible llevarlo a cabo porque la unidad de España es indivisible y, además, no se ajusta a la Constitución. ¿Qué opina?
Que el referéndum no se ajusta a la Constitución y que carece de consistencia jurídica lo ha reconocido hasta el Letrado Mayor del Parlament. Pero debe quedar claro que un referéndum no debería ser entendido solo como una cuestión de soberanías. De lo que se trata en realidad es de cómo se integran políticamente unidades socioeconómicas de clase, que por definición va a ser transnacional, en el sentido de que hoy si Cataluña quiere estar dentro de la UE va a estar sometida a una restricción de la soberanía igual que experimentan Francia, Italia, Rumanía, España o Alemania, si nos retrotraemos a todo el proceso desde Maastricht hasta nuestros días. Desde una concepción orgánica del nacionalismo, se puede argumentar que el procés es la cristalización de ese proceso plurisecular que arrancó en 1711. Eso no resiste el más mínimo análisis histórico ni el más mínimo análisis en términos de lucha de clases y de antagonismo secular contra las clases dominantes catalanas y españolas, y en la actualidad de enfrentamiento contra las relaciones de poder impuestas por la gestión neoliberal, no de la economía española o catalana, sino del conjunto de la UE, que es el escenario de acción política natural de los movimientos antisistémicos.
Hay que tener mucho cuidado en plantear el referéndum no como un choque de soberanías ni de esencias nacionales sino como una discusión estratégica sobre cómo se inserta la economía o la formación social catalana o española en este entorno que está ya muy transnacionalizado, que en buena parte ya es muy postnacional o multinacional avant la lettre y que realmente está operando con criterios de restricción fortísima de la soberanía, como se ha visto durante la crisis. Hay que leer el proceso no cómo algo estrictamente construido en torno al concepto de soberanía, sino en torno a la batería de conceptos políticos antagonistas modernos: en términos de clase, de producción de un nuevo bloque social, de un nuevo bloque histórico.
Pese a lo enconado de las posturas, ¿cree que puede haber algún resquicio para el entendimiento?
Tendría que producirse un cambio importante en la política española y catalana. Si la constelación de fuerzas en Cataluña fueran solo PDeCAT-ERC-CUP, habría pocas posibilidades de que la cosa se desbloqueara, estando el PP en el Gobierno nacional. Si realmente Catalunya en Comú-Podemos introducen otro tipo de variables y de debate que no se plantee solo en términos de soberanía cerrada, sí podría crearse el espacio para que ese referéndum se insertara en ese proyecto de poder constituyente que redefiniera la naturaleza del Estado; una fórmula en la cual fuera mucho más simple crear alternativas políticas para romper con el modelo de gestión neoliberal y, por lo tanto, modificar las posibilidades de transformación de la forma Estado española y el cálculo de las élites políticas catalanas conservadoras, que lideran el proceso actual.
¿Por qué esa falta de voluntad del PP de no hacer nada?
La falta de movilidad y respuesta por parte de unos y la falta de inteligencia política por parte de otros ha llevado a esta situación de bloqueo. El PP no se mueve porque piensa que en las condiciones actuales cualquier tipo de disgregación del Estado español es una merma absoluta de la potencia del Estado, y no quiere bajo ningún concepto que eso se plantee como escenario. Por otra parte, una secesión unilateral tendría tal repercusión socioeconómica que el PP se muestra muy cauto, al igual que el PSOE y Podemos y Catalunya en Comú. La inmovilidad del PP responde a una estrategia que ellos no saben gestionar en términos originales porque tienen una concepción soberanista y decimonónica del Estado y el PP y el Govern son los garantes del statu quo neoliberal de la UE.
Un inmovilismo que ha convenido a las dos partes…
Exacto, porque ambas élites quieren controlar el aparato del Estado respectivo como horizonte máximo de acción política. Ambos bloques usan un concepto fuerte de soberanía en el momento mismo en que su crisis de representatividad es más alta y sus procesos de depredación del sistema público más escandalosos. Además, ambas partes han demostrado una absoluta incapacidad de plantear un proceso político en clave realmente constituyente con un contenido muy fuerte de clase, una política que quiera hacer tábula rasa con las antiguallas que son los Estados-nación tal como están concebidos actualmente, con la tremenda presión que la gobernanza neoliberal de la UE y los mercados financieros imponen. Eso a ambos bloques ni se les pasa por la cabeza, mientras que Podemos-Catalunya en Comú empieza a girar un poco en esa línea.
La complejidad de lo que supone romper, crear, constituir una nueva forma política es algo que tiene mucha mayor plasticidad en términos de clase, de proceso constituyente antagonista, antisistémico, revolucionario, que una vagatela de enfrentamientos entre soberanías podridas desde hace varias décadas, y que desde la crisis han manifestado su miseria de manera absoluta: desde expulsar a inmigrantes hasta retirarles la tarjeta sanitaria, provocar desahucios… Ante lo cual ni el gobierno catalán ni el español han movido un dedo.
¿Se imagina una España sin Cataluña?
Mi reivindicación del nacionalismo español es igual a cero. Políticamente sí es posible una España sin Cataluña y una Cataluña sin España, aunque a mí me parece que eso es poco interesante. Lo que me interesa es analizar el problema desde un punto de vista estricto de clase: analizar los equilibrios sociales, políticos y culturales que pueden dar lugar a producción de bloques históricos que hagan posible romper la actual gobernanza neoliberal y el actual modelo de durísima segmentación que el capitalismo está imponiendo global y regionalmente. A mí me da igual una España rota que una España reconvertida, pero sí quiero que las fuerzas de trabajo, los grupos subalternos, las grandes mayorías puedan dar un salto político que les beneficie en términos de igualdad y justicia radicales y de democratización integral de la vida social. Si eso no se consigue, realmente no sé si merece la pena el esfuerzo. La perversión del debate es que el único horizonte de constitución política es el nacional y el soberanista.
Fuente: http://www.lamarea.com/2017/09/14/99764/

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